viernes, 26 de septiembre de 2014

Pepe Rubianes, poeta


A lo largo de la historia han existido y, pese al devenir oscuro del mundo, siguen existiendo hombres que han poseído el don de una sensibilidad especial; sensibilidad para percibir las características escondidas de un mundo que no se puede captar con los sentidos, alejado de todo materialismo, de toda mezquindad. Una sensibilidad para no dejarse engañar, para captar la emoción exacta y dejar constancia de ella. Para formar parte de una poesía vital que tiende a incomodar a aquellos que, desde la altura del poder, se ponen nerviosos cuando la oveja es consciente del lugar que ocupa y, aunque no escape, se cuestiona su propia existencia. El actor Pepe Rubianes, qué duda cabe, fue uno de esos hombres.

Porque aunque Pepe Rubianes nos haya dejado la sonrisa, la sátira y la parodia, el taco y la deformación valleinclaniana, fue siempre un poeta. Recoge la editorial Alrevés, en el quinto aniversario de su muerte, una serie de escritos del fallecido actor bajo el título Después de despedirme, prologado y editado por Josep Forment. De entrada, un aviso: «Aclaro, en primer lugar, que no soy escritor, aunque me encanta escribir. Es una de las pasiones de mi vida». Y es que, aunque pueda parecer una ingenuidad romántica en estos tiempos de desasosiego que vivimos, ¿qué sentido tiene la vida sin la inefable emoción del arte? Cuando Bill Cosby entrevistó a Groucho Marx en 1973, le preguntó si creía en la vida después de la muerte, y el eterno cómico respondió que tenía serias dudas sobre la vida antes de la muerte, a lo que añadió que creía (él y todos cuantos estaban viendo el programa) en la muerte durante la vida. Y es que vivir sin una emoción verdadera no es realmente vivir. El arte, sea por los sentimientos, sea por los rompecabezas (levanto la mano ante esta afirmación) o sea por obstinación, por llevar la contraria en estos años rancios, es vida. Por eso decía Rubianes que «en estos tiempos que corren, qué quieren que les diga, me quedo con Machado, Lorca, Cernuda, Ferrater y Neruda, con la poesía siempre, aunque sea para darle por el culo a todos esos».



La selección de textos que encontramos en Después de despedirme es muy acertada: por un lado y en primer lugar, tenemos al Pepe Rubianes más conocido, al mordaz desmitificador de una época dominada por el qué dirán y por lo políticamente correcto, que suele ser sinónimo de «no me critiques, no vaya a ser que tengas razón y alguien te oiga». Cuánta falta hacen desmitificadores como Rubianes ahora, en esta era de mitos, para intentar derrumbar el muro falsario tras el que esconden la nada en la que han convertido nuestras vidas. Todo aquello que tuviese el tufo rancio de lo mezquino era objetivo de la sátira de Rubianes. Por ejemplo, el fútbol; así describió al, antaño, entrenador del Barça, Van Gaal:

Es que tienen un entrenador, no me jodas, ¿de dónde lo han sacado?, ¿de qué parque zoológico han sacado a ese primate oligofrénico de ribetes fascistas? ¡Ya no quedan especímenes así en la Humanidad! ¿Han visto qué cara?, ¿se imaginan a ese tío follando? ¡Qué fuerteee...! Se ve que el tipo este se llama Van Gogh. Este fulano pintaba de joven, pero no vendía ni un puto cuadro, entró en una depresión y se arrancó la oreja... Ahora tiene unos sobrinos que han montado un conjunto que se llama La oreja de Van Gogh.

Sobre las victorias del equipo, ésta es su opinión:

En fin, que ganen lo que tengan que ganar, que pierdan lo que tengan que perder, a mí me da exactamente igual tales hazañas. Ya ves tú la preocupación que me causa si ganan o pierden. Además, cada vez que ganan algo fuerte lo vienen a celebrar aquí, enfrente, en Canaletas. Montan un cipote de tres pares de cojones. Una vez, a la salida del teatro había tal mogollón de bandería y gritos histéricos que pensé que había estallado algún tipo de revolución universal. Propuse a voz en grito comenzar a hacer barricadas y armarnos hasta los dientes con una posterior toma de cuarteles. Y se me acerca un gordo con cara de primate oligofrénico, gritándome: «¡Hemos ganado, hemos ganado...!». Le espeté: «¡Con esa barriga has ganado, mamón...!». Más tarde, me rodearon un grupo de jóvenes al grito de: «¡Barça, Barça, Barça...!». Les contesté: «¡Leed un libro, mamones, que eso no perjudica a nadie!». La palabra «libro» les sonó igual que si les hubiese mentado a la madre. Uno puso el grito en el cielo: «¡Es del Madrid...!». ¡Como si el Madrid fuese la Bibloteca Central!

Nuestro querido amigo Ánsar también tiene cabida en los textos de Rubianes: «tan bajo ha caído este país, que hemos llegado a tener un gobierno de una mediocridad impresentable y a un presidente de dicho gobierno más impresentable todavía». Rubianes siempre atacó a la España más cerrada y rancia, la del sudor seco, la del puro facherío: «le sale el fascista redomado que lleva dentro y la caga soberanamente en todo lo que toca». Y, claro está, alguien que consideraba a don Ramón María del Valle-Inclán su maestro tenía que hacer de aquel fantoche de las Españas una descripción de este calibre:

No hay solución para esa fealdad. A veces, ser feo es hermoso (piensen en Quasimodo o Cyrano), y se es hermoso porque hay una gran alma que arropa a una carne que en el fondo es lo que menos importancia tiene. ¡Pero a este hombre el «arrope» le está resultando horrible! ¿Se imaginan «lo que debe de haber» tras ese bigote desvaído, bigote de monigote; tras esa boca semioculta de mentón reducido; y esa faz mal ajustada apuntalada por una raya de peinado antiguo de pijohortera? ¿Se imaginan la mala leche que hay tras ese muro de castellano rancio y reaccionario?

Frente al desmitificador, el hombre sensible. El poeta que dejó versos como el de este poema, titulado «Borracho»:

Borracho como una fiera.
Como un viento desatado vomito por las aceras.
El ron, magnífico,
golpea con puño blanco
mi cabeza.
Y caigo al suelo mirando
allá en lo alto de una estrella
que ríe y me sonríe
mi tremenda vela tuerta.

Algo me araña dentro,
me desea, me sufre, me castiga,
me da voces infinitas
con duro sabor a piedra,
y cava profundos pozos
donde todo mi ser se estrella.
Os lo juro, amigos,
no puedo con mi borrachera.
No puedo con mi borrachera.
Te busco, amor,
intentando asirme,
aunque tú ya no me quieras.

Te busco girando los brazos
como dos aspas fieras.
Tú no estás nunca, nunca,
aunque yo sí te quiera.
Y doblado en un nudo de anhelos,
tropezando por las calles viejas,
me alejo tambaleante
casi sin luz y sin nadie cerca.

O este otro, «Eres», en el que me parece ver ciertas pinceladas de Salinas:

Eres todo silencio sutil y oscuro
y te habla la noche y te habla lo inerte.
Mis manos, mis ojos, van hacia tu cuerpo
luz de mis noches y de mis horas perdidas.
Estoy ante ti: la tarde se aleja, se infla el silencio.
Se aleja y me abraza un deseo.
Se aleja, me llega tu vida.
Estoy ante ti, estoy en mi sueño
voy a tu abrazo, te deseo, te vibro.
Sólo tu mirada, tu mirada encendida
tus manos en mí, en ti, en un fuerte abrazo sin tiempo.
Todo a lo lejos es una tremenda noche infinita.
Todo muy cerca: el fuego que se oculta
entre dos cuerpos.

Y gritos desgarradores de soledad existencial, con algunos versos que recuerdan al Lorca de Poeta en Nueva York:

Qué solo estoy.
Qué vacío desolador.
Qué inmenso silencio.

Me rindo.

Voy hacia una luz de pies intactos
hacia un instante de páramos inermes
hacia ese ojo que brilla
sobre el lomo del viejo caballo,
hacia la vena verde
donde baila la noche
su ritmo de dientes sodomizados.

No vale la pena ni una lágrima
ni una sonrisa
ni un «hasta luego».

No quiero ver más
esa mejilla llena de cangrejos,
ni esa mano abanicando
horizontes musculados
ni la ira de los tobillos al atardecer.
No encontré el mediodía perfecto.
¡Qué más da!

Me rindo.



Pepe Rubianes, Después de despedirme. Pepe Rubianes inédito, Barcelona, Alrevés, 2014.

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