A lo
largo de la historia han existido y, pese al devenir oscuro del
mundo, siguen existiendo hombres que han poseído el don de una
sensibilidad especial; sensibilidad para percibir las características
escondidas de un mundo que no se puede captar con los sentidos,
alejado de todo materialismo, de toda mezquindad. Una sensibilidad
para no dejarse engañar, para captar la emoción exacta y dejar
constancia de ella. Para formar parte de una poesía vital que tiende
a incomodar a aquellos que, desde la altura del poder, se ponen
nerviosos cuando la oveja es consciente del lugar que ocupa y, aunque
no escape, se cuestiona su propia existencia. El actor Pepe Rubianes,
qué duda cabe, fue uno de esos hombres.
Porque
aunque Pepe Rubianes nos haya dejado la sonrisa, la sátira y la
parodia, el taco y la deformación valleinclaniana, fue siempre un
poeta. Recoge la editorial Alrevés, en el quinto aniversario de su
muerte, una serie de escritos del fallecido actor bajo el título
Después de despedirme,
prologado y editado por Josep Forment. De entrada, un aviso: «Aclaro,
en primer lugar, que no soy escritor, aunque me encanta escribir. Es
una de las pasiones de mi vida». Y es que, aunque pueda parecer una
ingenuidad romántica en estos tiempos de desasosiego que vivimos,
¿qué sentido tiene la vida sin la inefable emoción del arte?
Cuando Bill Cosby entrevistó a Groucho Marx en 1973, le preguntó si
creía en la vida después de la muerte, y el eterno cómico
respondió que tenía serias dudas sobre la vida antes de la muerte,
a lo que añadió que creía (él y todos cuantos estaban viendo el
programa) en la muerte durante la vida. Y es que vivir sin una
emoción verdadera no es realmente vivir. El arte, sea por los
sentimientos, sea por los rompecabezas (levanto la mano ante esta
afirmación) o sea por obstinación, por llevar la contraria en estos
años rancios, es vida. Por eso decía Rubianes que «en estos
tiempos que corren, qué quieren que les diga, me quedo con Machado,
Lorca, Cernuda, Ferrater y Neruda, con la poesía siempre, aunque sea
para darle por el culo a todos esos».
La
selección de textos que encontramos en Después de
despedirme es muy acertada: por
un lado y en primer lugar, tenemos al Pepe Rubianes más conocido, al
mordaz desmitificador de una época dominada por el qué dirán y por
lo políticamente correcto, que suele ser sinónimo de «no me
critiques, no vaya a ser que tengas razón y alguien te oiga».
Cuánta falta hacen desmitificadores como Rubianes ahora, en esta era
de mitos, para intentar derrumbar el muro falsario tras el que
esconden la nada en la que han convertido nuestras vidas. Todo
aquello que tuviese el tufo rancio de lo mezquino era objetivo de la
sátira de Rubianes. Por ejemplo, el fútbol; así describió al,
antaño, entrenador del Barça, Van Gaal:
Es
que tienen un entrenador, no me jodas, ¿de dónde lo han sacado?,
¿de qué parque zoológico han sacado a ese primate oligofrénico de
ribetes fascistas? ¡Ya no quedan especímenes así en la Humanidad!
¿Han visto qué cara?, ¿se imaginan a ese tío follando? ¡Qué
fuerteee...! Se ve que el tipo este se llama Van Gogh. Este fulano
pintaba de joven, pero no vendía ni un puto cuadro, entró en una
depresión y se arrancó la oreja... Ahora tiene unos sobrinos que
han montado un conjunto que se llama La oreja de Van Gogh.
Sobre las victorias del
equipo, ésta es su opinión:
En
fin, que ganen lo que tengan que ganar, que pierdan lo que tengan que
perder, a mí me da exactamente igual tales hazañas. Ya ves tú la
preocupación que me causa si ganan o pierden. Además, cada vez que
ganan algo fuerte lo vienen a celebrar aquí, enfrente, en Canaletas.
Montan un cipote de tres pares de cojones. Una vez, a la salida del
teatro había tal mogollón de bandería y gritos histéricos que
pensé que había estallado algún tipo de revolución universal.
Propuse a voz en grito comenzar a hacer barricadas y armarnos hasta
los dientes con una posterior toma de cuarteles. Y se me acerca un
gordo con cara de primate oligofrénico, gritándome: «¡Hemos
ganado, hemos ganado...!». Le espeté: «¡Con esa barriga has
ganado, mamón...!». Más tarde, me rodearon un grupo de jóvenes al
grito de: «¡Barça, Barça, Barça...!». Les contesté: «¡Leed
un libro, mamones, que eso no perjudica a nadie!». La palabra
«libro» les sonó igual que si les hubiese mentado a la madre. Uno
puso el grito en el cielo: «¡Es del Madrid...!». ¡Como si el
Madrid fuese la Bibloteca Central!
Nuestro querido amigo
Ánsar también tiene cabida en los textos de Rubianes: «tan bajo ha
caído este país, que hemos llegado a tener un gobierno de una
mediocridad impresentable y a un presidente de dicho gobierno más
impresentable todavía». Rubianes siempre atacó a la España más
cerrada y rancia, la del sudor seco, la del puro facherío: «le sale
el fascista redomado que lleva dentro y la caga soberanamente en todo
lo que toca». Y, claro está, alguien que consideraba a don Ramón
María del Valle-Inclán su maestro tenía que hacer de aquel
fantoche de las Españas una descripción de este calibre:
No
hay solución para esa fealdad. A veces, ser feo es hermoso (piensen
en Quasimodo o Cyrano), y se es hermoso porque hay una gran alma que
arropa a una carne que en el fondo es lo que menos importancia tiene.
¡Pero a este hombre el «arrope» le está resultando horrible! ¿Se
imaginan «lo que debe de haber» tras ese bigote desvaído, bigote
de monigote; tras esa boca semioculta de mentón reducido; y esa faz
mal ajustada apuntalada por una raya de peinado antiguo de
pijohortera? ¿Se
imaginan la mala leche que hay tras ese muro de castellano rancio y
reaccionario?
Frente al
desmitificador, el hombre sensible. El poeta que dejó versos como el
de este poema, titulado «Borracho»:
Borracho
como una fiera.
Como
un viento desatado vomito por las aceras.
El
ron, magnífico,
golpea
con puño blanco
mi
cabeza.
Y
caigo al suelo mirando
allá
en lo alto de una estrella
que
ríe y me sonríe
mi
tremenda vela tuerta.
Algo
me araña dentro,
me
desea, me sufre, me castiga,
me
da voces infinitas
con
duro sabor a piedra,
y
cava profundos pozos
donde
todo mi ser se estrella.
Os
lo juro, amigos,
no
puedo con mi borrachera.
No
puedo con mi borrachera.
Te
busco, amor,
intentando
asirme,
aunque
tú ya no me quieras.
Te
busco girando los brazos
como
dos aspas fieras.
Tú
no estás nunca, nunca,
aunque
yo sí te quiera.
Y
doblado en un nudo de anhelos,
tropezando
por las calles viejas,
me
alejo tambaleante
casi
sin luz y sin nadie cerca.
O este otro, «Eres»,
en el que me parece ver ciertas pinceladas de Salinas:
Eres
todo silencio sutil y oscuro
y
te habla la noche y te habla lo inerte.
Mis
manos, mis ojos, van hacia tu cuerpo
luz
de mis noches y de mis horas perdidas.
Estoy
ante ti: la tarde se aleja, se infla el silencio.
Se
aleja y me abraza un deseo.
Se
aleja, me llega tu vida.
Estoy
ante ti, estoy en mi sueño
voy
a tu abrazo, te deseo, te vibro.
Sólo
tu mirada, tu mirada encendida
tus
manos en mí, en ti, en un fuerte abrazo sin tiempo.
Todo
a lo lejos es una tremenda noche infinita.
Todo
muy cerca: el fuego que se oculta
entre
dos cuerpos.
Y gritos desgarradores
de soledad existencial, con algunos versos que recuerdan al Lorca de
Poeta en Nueva York:
Qué
solo estoy.
Qué
vacío desolador.
Qué
inmenso silencio.
Me
rindo.
Voy
hacia una luz de pies intactos
hacia
un instante de páramos inermes
hacia
ese ojo que brilla
sobre
el lomo del viejo caballo,
hacia
la vena verde
donde
baila la noche
su
ritmo de dientes sodomizados.
No
vale la pena ni una lágrima
ni
una sonrisa
ni
un «hasta luego».
No
quiero ver más
esa
mejilla llena de cangrejos,
ni
esa mano abanicando
horizontes
musculados
ni
la ira de los tobillos al atardecer.
No
encontré el mediodía perfecto.
¡Qué
más da!
Me
rindo.
Pepe
Rubianes, Después de despedirme. Pepe Rubianes inédito,
Barcelona, Alrevés, 2014.
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