domingo, 6 de octubre de 2013

Carmen Martín Gaite y los retales de vida: Irse de casa


En Irse de casa, de Carmen Martín Gaite, Amparo Miranda, exitosa diseñadora de ropa que trabaja y vive en Nueva York, regresa a España, a la ciudad de provincias donde vivió en su juventud, con el guión cinematográfico que su hijo Jeremy, aspirante a cineasta, escribió. El cine, recordemos, fue muy importante para los miembros de la generación de Carmen Martín Gaite, y aquí no es únicamente un recurso argumental; incide en la narración durante toda la obra, marcando el ritmo, ordenando la estructura en planos y secuencias y moviendo el objetivo de un lado para otro, de personaje en personaje. Lo que es más, la propia profesión de Amparo también parece influir sobre la estructura, ya que el conjunto de la novela es una tela compuesta con muy diferentes (¿o no?) retales de vida, unidos con un hilo de melancolía común a todos los personajes.

Cada uno de los retales corresponde a la visión de un personaje. Aunque Amparo es la protagonista, enseguida se convierte, como ocurre con todos los demás, en observadora y, a la vez, observada. En cuanto llega a la ciudad de provincia —cuyo nombre nunca llegamos a conocer—, se diluye en el espacio y se convierte en una más. El protagonista coral que tiene esta Irse de casa otorga a la obra un multiperspectivismo que la aleja del realismo más tradicional —y mejor será no preguntarnos aquí qué podemos entender por «realismo», porque no nos aclararíamos—. No interesa a Martín Gaite hacer una descripción de unos espacios, de unos usos y costumbres; ni siquiera describe al coro de personajes, sino que deja que, con sus acciones, sean ellos los que se definan ante el lector. Eso es lo que importa: el constante fluir de unas vidas, con sus miserias, sus remordimientos y sus sueños rotos. El lector, que siempre ha de estar atento, tiene que recoger los fragmentos y componer el fresco, reconstruir la vida humana que, bien sea por exceso de uso o por total abandono, se ha resquebrajado y se ha derramado por un espacio vacío, nostálgico y asfixiante.




Es tan importante lo que ocurre en el interior de los personajes, lo que piensan, lo que sienten, que el narrador se aparta constantemente para dejar que sean ellos los que se expresen, dando lugar a una mezcla de narración, monólogos interiores y diálogos, contribuyendo a ese diluir de vida que es el atractivo principal de la novela. Los personajes se relacionan por dentro y por fuera, física y espiritualmente, y, pese a avanzar en diferentes direcciones, o precisamente por eso, sus vidas se entrecruzan, no pudiendo volver a separarse, unidas por un férreo vínculo que desafía al tiempo y al espacio.

Es necesario hablar del título de la obra. Todos los personajes se hallan inmersos en una búsqueda personal de una nueva vida, y para ello han de «irse de casa». Esto los conduce a la frustración y a la desesperación puesto que nadie puede abandonar esa casa. Mientras deambulan por la ciudad, todo cuanto les rodea activará los resortes de la memoria, avivando recuerdos, pesares y remordimientos. El porvenir no existe y el presente es una losa de infelicidad; por consiguiente, el único alivio de Amparo y los demás es el olvido. Desgraciadamente, pronto aprenderemos —los personajes y nosotros, los lectores— que es necesario enfrentarse a los años que han quedado atrás; es inútil darle la espalda al pasado. Amparo, la Amparo niña que se asoma de vez en cuando en diversos pasajes del libro, es consciente de que tiene que abandonar los recodos del pasado, las grietas de los recuerdos. La vida es posible mientras ocurra junto a la de los demás; no puede ser solamente el monólogo de un guión cinematográfico. Fluimos todos como fluyen nuestras vidas: desbordándonos, avanzando hacia los demás, y nadie puede escapar a eso. Nunca llegamos a irnos de casa porque la casa está donde hay vida, donde hay recuerdos.


(Edición utilizada: Carmen Martín Gaite, Irse de casa, Barcelona, Anagrama, 1998)

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